preface to the second edition
El objeto de la primera edición de An
English-Spanish Dictionary of Criminal Law and Procedure fue hacer un
aporte a las traducciones de terminología jurídico-penal de inglés a español
y proveer al lector con acepciones que le fueran útiles e informativas. Eso
lo pude hacer usando una gran cantidad de recursos —leyes, tratados
jurídicos, diccionarios jurídicos monolingües y conferencias— y cinco años de
trabajo. El objeto de la segunda edición sigue siendo el mismo pero, si bien
la he elaborado en poco menos de un año, he ampliado aún más los recursos. No
solo aumenté la bibliografía utilizada para revisar, aumentar y profundizar
la obra, sino que esta vez sumé otro tipo de recurso con el que no había
contado para la primera edición: un equipo editorial. Estoy muy agradecido
por haber tenido el honor de trabajar junto con Carlos Barragán, Lucía
Colombino, Victor Jortack y Katty Kauffman. Cada uno de ellos, con su propia
experiencia y formación, aportó algo muy especial al proyecto. Así se generó
un lindo intercambio de ideas que se apoyó en el derecho, la doctrina, la
terminología, la traductología, la gramática, la cultura, la criminología, la
criminalística e incluso la religión, en nuestro esfuerzo por esclarecer
varios puntos en discusión a lo largo del proyecto. Esta obra se ha
beneficiado enormemente de ese proceso y del hecho de que hubo cinco pares de
ojos revisando el diccionario de tapa a contratapa con detenimiento, cuidando
que cada concepto se representara con la mayor rigurosidad, que cada
traducción fuera la más fiel posible y que cada punto, coma y tilde estuviera
un su lugar.
La
segunda edición es la primera obra lexicográfica bilingüe que ha adoptado en
las traducciones y acepciones de sus lemas buena parte de la terminología y
los conceptos de las reformas procesales penales de Latinoamérica. En lo
personal, esto resultó ser una tarea difícil porque ya había incorporado un
modelo de traducción en la primera edición fundado en el sistema acusatorio
estadounidense y en el sistema inquisitivo o mixto iberoamericano. Y aunque
cueste creerlo, y por más similares que sean, adoptar un sistema de
traducción fundado en el sistema acusatorio norteamericano y en el sistema
acusatorio latinoamericano significó un gran esfuerzo. En especial porque
hubo que hacer un extenso estudio de derecho comparado de las leyes que se
ocupan de las fases preparatorias en el sistema acusatorio, tomar en cuenta
las similitudes y las diferencias entre ellas, y luego formar una opinión
sobre si su terminología llegaba a tener una equivalencia funcional con la de
Estados Unidos.
El
léxico jurídico y literario en español ha sido impulsado tradicionalmente por
España, Argentina y México. Sin embargo, esta nueva ola de leyes y doctrina
inspiradas en el sistema acusatorio fue tomando magnitud a causa de las
iniciativas en otros países como Chile, Colombia, Costa Rica, República
Dominicana, Ecuador, Honduras, Perú, Venezuela y en algunos de los estados de
México. Y tal ha sido la amplitud de las reformas procesales penales que una
obra como esta se ve obligada a adaptar su terminología a los cambios en la
cultura jurídica y su alcance. El equipo de redacción ha tenido mucho que ver
en lo que respecta a la metamorfosis de la terminología procesal penal de
esta obra, así como también Daniel González Álvarez, a quien estoy agradecido
por haberme ayudado a comprender la fase preparatoria del proceso y su
terminología propia, tal como surgen de las mencionadas reformas procesales
penales.
Otros
recursos adicionales que usé para esta edición, y que debo mencionar porque
me había negado a usarlos para la primera, fueron los diccionarios jurídicos
bilingües. He seguido usando los recursos monolingües para revisar y aumentar
la gran mayoría de las entradas de esta obra, puesto que no se puede
prescindir de ellos. Pero a medida que iba engrosando la segunda edición y me
cruzaba con términos jurídicos que provienen de áreas fuera de lo penal,
decidí consultar mis diccionarios jurídicos bilingües favoritos para obtener
un mayor conocimiento terminológico y traductológico. Recurrí pues a los
siguientes autores: Javier F. Becerra, Antonio Ramírez, Thomas L. West,
Guillermo Cabanellas de las Cuevas y Eleanor C. Hoague.
Mi
intención con la primera edición fue enriquecer la terminología
inglés-español en el área penal. Con la segunda edición,
creo que se ha reforzado el cumplimiento de aquella meta. Un trabajo como el
realizado no puede procurar más satisfacción que la derivada de la labor cumplida
y la fundada en la esperanza de que este léxico resulte de cierta utilidad
para quienes lo consulten. Júzguese el resultado por el propósito; y, si
acaso, absuélvanse las faltas por la amplitud o la ambición de la empresa.
Sandro Tomasi
Ciudad de Nueva York, 2012
preface to the
first edition
The
goal of this dictionary is to provide profoundly accurate terms and
definitions in Spanish of criminal law and procedure terms in English. Many
resources have been relied upon in order to achieve this objective, including
penal codes, criminal procedure codes, legal treatises and monolingual law
dictionaries. Bilingual law dictionaries have been specifically avoided as a
resource due to the inherent and numerous mistakes found therein and propagated
by each other. By focusing on monolingual resources of criminal law and
procedure, An English-Spanish Dictionary of Criminal Law and Procedure
raises the bar for English-Spanish criminal law and procedure terms and
definitions setting it apart from over 30 previously published
English-Spanish law dictionaries.
The
English-language codes upon which this dictionary is primarily based on are
the Model Penal Code and the United States Federal Criminal Code and
Rules —the most prominent and influential codes in contemporary American
criminal law and procedure. Federal penal and criminal procedure codes from
all 20 countries whose principal language is Spanish have been relied upon
for this work, although the ones from Colombia and Puerto Rico have been
relied upon with extra caution in view of the fact that they are based on
American criminal law and procedure, rather than the civil law (Roman law),
and contain translation pitfalls much like all other bilingual law
dictionaries. The primary U.S. legal treatises that have been relied upon for
this dictionary are authored by LaFave, Scott, Israel and King; for civil law
in Spanish, the main authors that have been relied upon are Soler, Fontán
Balestra, Clariá Olmedo, Bacigalupo and Maier. The authoritative law
dictionaries that have been primarily used for the American legal system in
English are Black’s Law Dictionary, the Dictionary of Criminal
Justice Terms, Gifis’ Law Dictionary and Garner’s A Dictionary
of Modern Legal Usage. The authoritative legal lexicography works that
have been primarily relied upon for the civil law system in Spanish are
Cabanellas’ Diccionario enciclopédico de Derecho usual, Díaz de León’s
Diccionario de Derecho procesal penal, Moreno Rodríguez’s Diccionario
de ciencias penales and the Enciclopedia jurídica básica.
There
are two basic elements in translation: source language (SL) and target
language (TL). In legal translation there are four basic elements: SL, TL, source law and target law. In the
case of English-Spanish legal translation, the four basic elements are
English, Spanish, common law and civil law. Moreover, even when the language
remains the same, laws and legal terms differ from one country to another,
one state to another, even one local jurisdiction to another. Hence, legal
translation is like trying to fit a square peg into a round hole. With luck,
a professional legal translator will be able to fit the sum of the source
language into the target language with all four corners of the peg fitting
snuggly into the hole and fill in the gaps with grammatical putty in order to
produce the most accurate and natural-sounding translation as possible. There
are other times, however, that the experienced legal translator will produce
a SL-to-TL conversion with elements that get lost in translation, not because
of carelessness on the part of the translator, but rather because the square
peg from one legal system was either too big, too small or made out of
incompatible material to fit nicely into the round hole of the other legal
system. Legal translation is an extremely complex discipline that requires
skill and training in the areas of source language, target language, source
laws, target laws as well as translation studies of the languages and
comparative studies of the laws.
Beginning
in 1952 and through the 1980s, only eight English-Spanish law dictionaries
were published. By contrast, there were 23 such dictionaries published in the
1990s alone. Today, in 2009, a total of 38 English-Spanish and
Spanish-English law dictionaries have been published, to my knowledge, many
of them out of print. When I first began to research English-Spanish legal
terminology, bilingual law dictionaries provided me with a good source for
learning. But as time went on I discovered that monolingual law dictionaries
and criminal law and procedure codes, especially, were much better resources
than the bilingual law dictionaries. An example of my early research is how
half of the English-Spanish law dictionaries erred in translating the term
“probation” into Spanish as libertad condicional, which according to
the national criminal procedure codes of 17 out of 20 Spanish-speaking
countries means “parole.” Naturally, I continued to see room for improvement
with other legal terms found in the English-Spanish law dictionaries so I
began extensive comparative-law and legal-terminology research and worked on
translating and defining English-Spanish criminal-law terms on my own, which
eventually led to creating An English-Spanish Dictionary of Criminal Law
and Procedure.
A
dictionary such as this one does not come out of nowhere. The trees were
already growing. There have been many lexicographers, legal scholars,
interpreters, translators, lawyers and judges that have played an important
part in shaping the fields of criminal law and procedure and English-Spanish
legal translation. I have been fortunate enough to have been influenced by
some of the best in their respective fields. For having been a positive
influence in my legal translation journey I thank Norman Bonner, Teresa del
Val, Guillermo Cabanellas de las Cuevas, Eleanor C. Hoague, Antonio Ramírez,
Javier F. Becerra, Virginia Benmaman, Norma C. Connolly, Scott Robert Loos,
Enrique Alcaraz-Varó, Brian Hughes, Patricia Olga Mazzuco, Alejandra Hebe
Maranghello, Thomas L. West, III, David Greenfield, Frank Ianucci, John
Morabito, Jeff Rosenbaum, Martin Marcus, Alejandro M. Garro, David Deferrari,
Ricardo Chiesa, Pablo Fernández Ruffolo, Katty Kaufmann, Henry Saint Dahl,
Dennis McKenna, Anthony Rivas, Nestor Wagner, Daniel Giglio, Holly Mikkelson,
Dolores Gordon, Joseph R. Nolan, Wayne R. LaFave, as well as all of the
remaining authors and editors listed in the bibliography of this work.
Bryan
Garner sets forth in his preface to the seventh edition of Black’s Law
Dictionary that “[l]aw dictionaries have a centuries-old tradition of
apologizing in advance for errors and omissions.” This comment is about
monolingual law dictionaries; one can only imagine how many oversights there
may be in a law dictionary that encompasses two languages and two legal
traditions. Nonetheless, I believe that any possible errors and omissions
will be greatly outweighed by the painstakingly researched laws and
terminology provided within; and that this dictionary will bestow upon its
users a unique and invaluable tool for their own research and work.
Sandro Tomasi
New York City, 2009
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